Taller vereda Santa Barbara, parte alta- Floridablanca

19.03.2025

En esta ocasión, se había planeado con anticipación realizar una olla comunitaria con sancocho de chorotas, como parte del taller programado en Floridablanca. A través del grupo de WhatsApp que se tiene con las personas de la zona, se compartió un recetario elaborado por las compañeras del equipo de nutrición. Dicho recetario incluía preparaciones tradicionales que algunas personas en Piedecuesta habían aportado, muchas de ellas con alimentos que, con el tiempo, han ido desapareciendo del territorio. Entre todas las recetas compartidas, el grupo decidió preparar el sancocho con chorotas, una propuesta que generó curiosidad entre los participantes, ya que muchas personas nunca lo habían probado y querían conocer su sabor.

Sin embargo, al llegar a la finca donde se iba a realizar el encuentro, nos encontramos con que la señora Gladys ya había organizado todo para preparar un sancocho tradicional. Además, había invitado a varias amigas de la Junta de Acción Comunal de la vereda para colaborar en su elaboración. Esta situación dificultó el desarrollo de la actividad prevista, ya que no se contaba con los ingredientes específicos para el sancocho de chorotas ni con la posibilidad de redirigir el proceso sin interrumpir lo que las señoras ya tenían avanzado. Personalmente, me sentí incómodo al considerar la posibilidad de pedirles que se detuvieran, pues sabía que su presencia allí respondía justamente a su interés en cocinar y compartir. Por respeto a su esfuerzo y disposición, decidí no insistir en modificar la dinámica.

En ese momento, conversé con mi compañera Alejandra y acordamos desarrollar una de las actividades que habíamos planeado como complemento: una charla sobre el aprovechamiento de los alimentos. Esta actividad nos permitió recuperar, al menos en parte, el objetivo del taller, aunque no se cumpliera exactamente como lo habíamos imaginado.

Reconozco que este episodio me desanimó un poco, ya que puso en evidencia algunas fallas en la logística de la actividad, especialmente en lo relacionado con la comunicación previa con las mujeres de la comunidad. Considero que fue un error no haber explicado con más detalle la dinámica planificada y los objetivos de la olla comunitaria, lo cual podría haber evitado el malentendido. Esta experiencia se convierte en una lección importante para próximos encuentros, en los que será fundamental mejorar la coordinación tanto con la comunidad como con los demás compañeros del equipo, en especial con Ricardo Meneses. La idea es poder trabajar de forma más articulada para que todas las actividades fluyan y tengan un impacto más positivo,.

En este taller al igual que en encuentros anteriores, asistió un número considerable de personas. Muchas de ellas fueron invitadas por los participantes regulares del proceso, lo que evidencia el interés y el compromiso del grupo por expandir la experiencia a otras personas de la comunidad. Es destacable cómo estas nuevas personas se integraron de forma natural y positiva, mostrando disposición para participar activamente en las actividades propuestas durante la jornada.

Desde el primer momento, se sumaron con entusiasmo a las dinámicas, a las conversaciones y a las prácticas desarrolladas, demostrando interés y apertura por aprender. Su presencia no solo amplió el número de asistentes, sino que también aportó nuevas perspectivas, experiencias y energías al grupo, enriqueciendo el intercambio colectivo.

Es realmente gratificante observar cómo el grupo de Floridablanca continúa fortaleciéndose. Poco a poco, se va nutriendo con más personas comprometidas con la transición hacia la agroecología, creando así una red más sólida y diversa. Este crecimiento no solo es cuantitativo, sino también cualitativo, ya que se evidencia una construcción de vínculos entre los y las participantes, una mayor cohesión grupal y un sentido de pertenencia que se ha ido consolidando con el tiempo.

A pesar del inconveniente inicial con la preparación del sancocho, esto no impidió que se llevara a cabo una jornada de trabajo muy valiosa y significativa. En este encuentro contamos con la presencia de una invitada especial: Liliana Rangel, una mujer campesina proveniente de Matanza, quien llegó a compartir su experiencia con las plantuladoras, una práctica agroecológica que ha transformado su vida y su manera de trabajar la tierra. Su presencia fue un verdadero regalo para el grupo de Floridablanca.

Desde el inicio del taller, las personas se mostraron profundamente interesadas en todo lo que Liliana tenía para contar. Escucharon con atención su historia, formularon preguntas y mostraron una actitud muy receptiva frente a esta técnica. Se notaba que la propuesta despertó mucho entusiasmo, no solo por la novedad de la práctica, sino también por la posibilidad de implementarla en sus propias fincas. Mientras ella explicaba y demostraba el uso de las plantuladoras, varias personas comentaban entre sí —y también conmigo— que les gustaría intentarlo, ya que veían en esta práctica una herramienta útil para facilitar el trabajo en el campo, además de una oportunidad para generar ingresos económicos adicionales.

Presenciar este intercambio de saberes entre campesinos y campesinas fue realmente inspirador. La historia de Liliana no solo evidenció los beneficios técnicos de esta práctica, sino también su dimensión humana y social. Contó cómo, gracias al uso de las plantuladoras, ha logrado mantener a su familia, garantizar la educación de sus hijos y fortalecer los lazos familiares, ya que se trata de una labor que pueden realizar juntos mientras comparten su cotidianidad. Este tipo de testimonios resultan poderosos porque permiten que las comunidades se reconozcan entre sí, se inspiren mutuamente y se motiven a seguir construyendo alternativas sustentables desde el conocimiento campesino y la agroecología.

El taller desarrollado por la compañera Liliana tuvo una acogida tan positiva que generó una gran cantidad de preguntas e intervenciones por parte de las y los participantes. Su historia y los saberes compartidos despertaron un interés genuino, al punto que la actividad se extendió durante aproximadamente tres horas. Aunque esta respuesta tan entusiasta fue muy gratificante, también representó un reto para la jornada, ya que nos quedó poco tiempo para desarrollar otras actividades planeadas, como la reflexión sobre la importancia del trabajo colectivo y el fortalecimiento del tejido comunitario.

Debido a la extensión del taller, solo fue posible dar paso a una breve intervención de mi compañera Alejandra, quien habló sobre el aprovechamiento de los alimentos. Para complementar su intervención, se entregó a los participantes un flyer elaborado con recetas e ideas para reutilizar partes de los alimentos que comúnmente se desechan, como cáscaras, tallos o semillas. Entre las propuestas del folleto se incluían la preparación de aceites, infusiones y otros productos útiles para el hogar o la salud.

Durante esta parte del taller, se generó un valioso intercambio de saberes. Mientras Alejandra explicaba las distintas formas de aprovechamiento, las personas del grupo comenzaron a compartir sus propias experiencias, mencionando remedios caseros, recetas tradicionales y formas ingeniosas de reutilizar alimentos. Lo más enriquecedor fue observar cómo, al tiempo que alguien hablaba, otras personas tomaban nota, hacían preguntas y se interesaban por replicar esas prácticas en sus hogares. Este diálogo espontáneo y horizontal reforzó el valor del conocimiento colectivo, y demostró cómo los espacios de formación pueden convertirse en verdaderos escenarios de aprendizaje mutuo y construcción comunitaria.

Prácticas profesionales de trabajo social- 2024
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