Taller árbol de saberes. Vereda El Polo- Piedecuesta
En esta ocasión, al igual que en Floridablanca, se tenía previsto realizar la olla comunitaria durante el segundo encuentro. Sin embargo, surgió un cambio de planes debido a una decisión tomada en el encuentro anterior: las personas de Piedecuesta propusieron realizar esta nueva jornada en la vereda El Polo, en la casa de la compañera Omayra. Esta elección no fue casual, ya que El Polo es una vereda que se encuentra algo retirada, donde no llega la carretera, lo que genera serias dificultades de acceso para sus habitantes.
Generalmente, las compañeras que viven en esta vereda deben caminar largos trayectos hasta llegar a la carretera principal. Desde allí, en un punto conocido como la tienda donde los Rojas, deben buscar transporte para asistir a los talleres. En varias ocasiones hemos acompañado o recogido en el camino a algunas de estas mujeres, ya que ellas, con gran compromiso, suelen hacer todo el recorrido a pie para poder participar. Teniendo en cuenta estas dificultades, varios participantes comentaron que en esta oportunidad sería bonito y solidario trasladarnos nosotros hacia su territorio, para acercarles un poco el espacio y ahorrarles ese extenso recorrido.
Sin embargo, también se consideró que desde la carretera principal hasta la finca donde se realizaría la actividad había que caminar aproximadamente media hora de bajada por un camino de tierra. Como además había llovido la noche anterior, lo que hacía el terreno más resbaloso y difícil de transitar, se tomó la decisión de aplazar la olla comunitaria para otro momento. La idea era no complicar aún más el desplazamiento ni para nosotros ni para los compañeros que asistirían, evitando cargar con alimentos, ollas y demás implementos pesados que habrían hecho más difícil el descenso.
Ese día, bajamos al lugar acompañados por la compañera Alejandra, del área de nutrición, el compañero Ricardo Meneses, y la compañera Liliana Rangel, proveniente de Matanza, quien sería la encargada de dirigir el taller en esta ocasión. Aunque el descenso fue algo resbaloso por las lluvias de la noche anterior, logramos bajar con relativo buen ritmo y llegamos a tiempo para desayunar y organizar el espacio mientras esperábamos la llegada de los participantes.
Inicialmente teníamos la expectativa de que tal vez no asistiría mucha gente, debido al clima y a la dificultad del acceso. Sin embargo, para nuestra sorpresa, llegaron 23 participantes de manera puntual, motivados y dispuestos a aprender. La respuesta fue muy positiva, lo cual demostró una vez más el gran interés y compromiso de las personas de Piedecuesta, incluso frente a las dificultades del terreno y las inclemencias del clima.

.Para dar inicio a la actividad, que denominamos "Árbol de Saberes", mi compañera Alejandra y yo comenzamos entregándoles a los participantes un pequeño recetario en forma de folleto. Este recetario recopilaba algunas de las recetas tradicionales que ellos mismos nos habían compartido durante los encuentros del año pasado. La entrega del folleto generó mucha alegría entre los asistentes, quienes recordaban muy bien que este había sido un compromiso que yo había asumido anteriormente con ellos. Apenas llegamos, varios de ellos nos preguntaron emocionados por el recetario y, además, aprovecharon para preguntar qué había pasado con la olla comunitaria que habíamos planeado realizar en esta jornada.
Les expliqué que, debido a las condiciones del camino y la dificultad para transportar los alimentos hasta la finca, habíamos decidido aplazar la realización de la olla comunitaria para el próximo encuentro, cuando las circunstancias fueran más favorables. Sin embargo, para mantener el entusiasmo y no perder el ánimo, propusimos aprovechar el momento para leer juntos el recetario en voz alta.
Durante la lectura, fuimos recordando cada receta, compartiendo anécdotas y reconociendo la riqueza de los saberes tradicionales de la comunidad. Luego, entre todos, abrimos un espacio de diálogo para decidir qué receta prepararíamos en la próxima olla comunitaria. Después de intercambiar opiniones, llegamos a un consenso: la mayoría expresó su deseo de preparar un sancocho de chorotas
La actividad que llevamos a cabo consistió en invitar a los participantes a colocar en un gran árbol de papel algunos post-it donde escribieran los saberes que han heredado de sus ancestros. No queríamos limitarnos únicamente a recetas tradicionales; en esta ocasión, el propósito era abrir un espacio más amplio para hablar sobre distintas prácticas que hacen parte de la memoria viva del territorio: formas de cultivo, técnicas de cocina, preparación de abonos naturales, métodos de conservación de alimentos, entre otras costumbres que, aunque han sido fundamentales para la vida cotidiana en el campo, lamentablemente se están perdiendo con el paso del tiempo.
La actividad tuvo una acogida muy especial. A medida que los participantes escribían y compartían sus saberes, se generó un ambiente muy cálido y de diálogo espontáneo. Las personas no solo escribieron en sus notas, sino que comenzaron a conversar entre ellas, recordando y relatando anécdotas relacionadas con lo que sus abuelos y abuelas les habían enseñado. Ver esa interacción me llenó de alegría, ya que el objetivo no era solo recordar, sino también valorar esos conocimientos y reconocer su importancia para el presente y el futuro de la comunidad.
Durante el ejercicio, realicé una pequeña reflexión en voz alta acerca del valor de estos saberes ancestrales. Me alegró profundamente ver cómo las mujeres no solo me escuchaban atentamente, sino que se sumaban activamente a la reflexión, enriqueciendo el momento con sus propias ideas y testimonios. Fue muy gratificante observar cómo ellas mismas reconocían la necesidad de conservar y transmitir estos conocimientos a las nuevas generaciones. Quisiera resaltar especialmente la participación de Mayerly, quien demostró un compromiso genuino con este proceso de rescate de saberes y quien, con sus palabras, motivó aún más a sus compañeras a valorar su propia historia y tradiciones.
Sin duda, esta fue una actividad profundamente enriquecedora que llenó mi corazón. Ver todo lo que compartieron conmigo fue un regalo invaluable. Como compromiso personal y colectivo, acordamos que todo lo que recogimos en esta jornada será sistematizado en un nuevo folleto, el cual entregaremos en los próximos encuentros para seguir fortaleciendo nuestra memoria comunitaria.

Después de nuestra intervención, la compañera Liliana continuó con su taller sobre plantuladoras, un tema que, al igual que en Floridablanca, captó profundamente el interés de la comunidad. Desde el primer momento, las personas se mostraron muy atentas, tomando nota de cada explicación y formulando preguntas para asegurarse de entender todo lo necesario y poder replicar esta práctica en sus hogares. Fue muy bonito ver cómo el entusiasmo era genuino: incluso una de las compañeras, quien tiene un niño pequeño, me compartió emocionada que le encantaría tener una plantuladora como la de Piedecuesta en su propia casa, para enseñarle a su hijo y fortalecer su alimentación familiar.
Liliana supo motivar especialmente a las mujeres, no solo explicando de manera práctica cómo construir y utilizar las plantuladoras, sino también compartiendo su experiencia personal con ellas. Habló de los múltiples beneficios que esta herramienta le ha traído, más allá de lo económico: destacó cómo el hecho de sembrar y cultivar en su propia finca le ha permitido fortalecer la unión familiar, compartir más tiempo con sus seres queridos y garantizarle un ingreso económico significativo.
En general, el taller se desarrolló de la mejor manera posible. En esta ocasión, notamos una motivación aún mayor que en encuentros anteriores; los participantes prestaban atención a cada detalle, participaban activamente y se notaba el deseo real de aprender y aplicar lo aprendido en sus propias parcelas. Antes de finalizar la jornada, Ricardo Meneses tomó la palabra para compartir un ejemplo inspirador: contó cómo Mayerly, una de las compañeras, había comenzado a enviar alimentos a Mankka, una iniciativa que le permitió obtener una nueva fuente de ingresos. Aprovechando esta experiencia, Ricardo motivó a las demás mujeres a organizarse y hacer lo mismo, resaltando que vender sus productos no solo fortalecería su economía familiar, sino también su autonomía y empoderamiento.
Este comentario abrió un diálogo muy importante entre las participantes, quienes reconocieron que uno de los principales obstáculos era el alto costo del transporte para movilizar sus productos. Sin embargo, demostrando gran capacidad de organización y solidaridad, rápidamente propusieron una solución: aquellas que vivieran en zonas cercanas se pondrían de acuerdo para compartir el transporte y así reducir los gastos, haciendo más viable la comercialización conjunta. Este momento reflejó claramente la importancia del trabajo colectivo y la fuerza de la organización comunitaria.
Terminamos la jornada compartiendo un delicioso sancocho preparado con mucho cariño por las mujeres de la vereda. Luego emprendimos el regreso, subiendo el largo y empinado camino de vuelta hacia la carretera. Fue en ese momento cuando realmente sentí la dificultad del terreno: la subida era mucho más exigente que la bajada, y el dolor en las piernas no tardó en aparecer. Mientras yo luchaba por mantener el ritmo, me sorprendió ver la resistencia física y el ánimo de las compañeras, incluyendo a las personas mayores, quienes subieron con energía, sonrisas y sin mostrar el más mínimo cansancio. Esta experiencia aumentó aún más mi admiración por ellas. A pesar de las adversidades que enfrentan día a día, estas mujeres demuestran una fuerza, resiliencia y compromiso admirables para asistir a los talleres, formarse y trabajar por un mejor futuro para sus comunidades. Sin duda, son un ejemplo de perseverancia y esperanza.